"[...]
cuando uno vive, no sucede nada. los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. nunca hay comienzos. los días se añaden a los días sin ton ni són, en una suma interminable y monótona. de vez en cuando, se saca un resultado parcial; uno dice: hace tres años que viajo, tres años que estoy en Bouville. tampoco hay fin: nunca nos abandonamos de una vez a una mujer, a un amigo, a una ciudad. y además, todo se parece: Shangai, Moscú, Argel, al cabo de quince días son iguales. Por momentos -rara vez- se hace el balance, uno advierte que está pegado a una mujer, que se ha metido en una historia sucia. Dura lo que un relámpago. Después de esto, empieza de nuevo el desfile, prosigue la suma de horas y días. Lunes, martes miércoles. Abril, mayo, junio. 1924, 1925, 1926.
Esto es vivir. Pero al contar la vida, todo cambia; sólo que es un cambio que nadie nota; la prueba es que se habla de historias verdaderas. Como si pudiera haber historias verdaderas; los acontecimientos se producen en un sentido, y nosotros los contamos en sentido inverso. En apariencia se empieza por el comienzo: "Era una hermosa noche de otoño de 1922. Yo trabajaba con un notario en Marommes". Y en realidad se ha empezado por el fin. El fin esta allí, invisible y presente; es el que da a esas pocas palabras la pompa y el valor de un comienzo. "Estaba paseando; había salido del pueblo sin darme cuenta; pensaba en mis dificultades económicas". Esta frase, tomada simplemente por lo que es, quiere decir que el tipo estaba absorbido, taciturno, a mil leguas de una aventura, precisamente con esa clase de humor en que uno deja pasar los acontecimientos sin verlos. Pero ahí está el fin que lo transforma todo. Para nosotros el tipo es ya el héroe de la historia. Su taciturnidad, sus dificultades económicas son más preciosas que las nuestras: están doradas por la luz de las pasiones futuras. Y el relato prosigue al revés: los instantes han dejado de apilarse a la buena de dios unos sobre otros, el fin de la historia los atrae, los atrapa, y a su vez cada uno de ellos atrae al instante que lo precede. "Era de noche, la calle estaba desierta". La frase cae negligentemente, parece superflua; pero no nos dejamos engañar y la ponemos a un lado; es un dato cuyo valor comprenderemos después. Y sentimos que el héroe ha vivido todos los detalles de esa noche como anunciaciones, como promesas, y que sólo vivía las promesas, ciego y sordo a todo lo que no anunciara aventura. Olvidamos que el porvenir todavía no estaba allí; el individuo paseaba en una noche sin presagios, que le ofrecía en desorden sus riquezas monótonas; él no las escogía.
He querido que los momentos de mi vida se sucediaran y ordenaran como los de una vida recordada. Tanto valdría querer agarrar al tiempo por la cola.
[...]"
cuando uno vive, no sucede nada. los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. nunca hay comienzos. los días se añaden a los días sin ton ni són, en una suma interminable y monótona. de vez en cuando, se saca un resultado parcial; uno dice: hace tres años que viajo, tres años que estoy en Bouville. tampoco hay fin: nunca nos abandonamos de una vez a una mujer, a un amigo, a una ciudad. y además, todo se parece: Shangai, Moscú, Argel, al cabo de quince días son iguales. Por momentos -rara vez- se hace el balance, uno advierte que está pegado a una mujer, que se ha metido en una historia sucia. Dura lo que un relámpago. Después de esto, empieza de nuevo el desfile, prosigue la suma de horas y días. Lunes, martes miércoles. Abril, mayo, junio. 1924, 1925, 1926.
Esto es vivir. Pero al contar la vida, todo cambia; sólo que es un cambio que nadie nota; la prueba es que se habla de historias verdaderas. Como si pudiera haber historias verdaderas; los acontecimientos se producen en un sentido, y nosotros los contamos en sentido inverso. En apariencia se empieza por el comienzo: "Era una hermosa noche de otoño de 1922. Yo trabajaba con un notario en Marommes". Y en realidad se ha empezado por el fin. El fin esta allí, invisible y presente; es el que da a esas pocas palabras la pompa y el valor de un comienzo. "Estaba paseando; había salido del pueblo sin darme cuenta; pensaba en mis dificultades económicas". Esta frase, tomada simplemente por lo que es, quiere decir que el tipo estaba absorbido, taciturno, a mil leguas de una aventura, precisamente con esa clase de humor en que uno deja pasar los acontecimientos sin verlos. Pero ahí está el fin que lo transforma todo. Para nosotros el tipo es ya el héroe de la historia. Su taciturnidad, sus dificultades económicas son más preciosas que las nuestras: están doradas por la luz de las pasiones futuras. Y el relato prosigue al revés: los instantes han dejado de apilarse a la buena de dios unos sobre otros, el fin de la historia los atrae, los atrapa, y a su vez cada uno de ellos atrae al instante que lo precede. "Era de noche, la calle estaba desierta". La frase cae negligentemente, parece superflua; pero no nos dejamos engañar y la ponemos a un lado; es un dato cuyo valor comprenderemos después. Y sentimos que el héroe ha vivido todos los detalles de esa noche como anunciaciones, como promesas, y que sólo vivía las promesas, ciego y sordo a todo lo que no anunciara aventura. Olvidamos que el porvenir todavía no estaba allí; el individuo paseaba en una noche sin presagios, que le ofrecía en desorden sus riquezas monótonas; él no las escogía.
He querido que los momentos de mi vida se sucediaran y ordenaran como los de una vida recordada. Tanto valdría querer agarrar al tiempo por la cola.
[...]"
fragmento de La Náusea, de Jean Paul Sartre.
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